miércoles, 18 de mayo de 2016

Alegre despertar

Sonó mi despertador. 

Mientras me desperezaba, recordé que me pediste antes de acostarnos que te despertara. Tu móvil averiado no te podía despertar y necesitabas levantarte pronto para ir a trabajar.

Con lentitud me levanté y, dejando a mi mujer dormida en la cama, me dirigí a la habitación del piso superior donde sueles dormir cuando te quedas en nuestra casa.

Subí de forma cansina los escalones sin que, mi aún adormilada mente, pudiera llegar a imaginar lo que me encontraría al abrir la puerta. Me acerqué lentamente hasta la cama y encendí la lamparilla de la mesita. Lo que se iluminó a continuación, despertó repentinamente todos mis sentidos…

La sábana, sólo cubría tus piernas, dejando al descubierto tu cuerpo que, de espaldas a mí, se mostraba semidesnudo con un tanga blanco como toda prenda de dormir. Durante unos segundos eternos, contemplé tus nalgas perfectas de redondez. Me deleité contemplándolas e inclinándome hacia ellas, acerqué mi nariz en su intersección para intentar captar el aroma que desprendía, quedándome totalmente embriagado…

Mi mirada ascendió por tu espalda, y me fijé en cómo se aplastaban tus pechos sobre el colchón. Asegurándome de que aún dormías, acaricié mi ya dura herramienta sobre el bóxer. Un par de caricias y me sobrevino de improviso. Era tal la excitación que sentía, que fui incapaz de contener una abundante corrida. Me maldije a mi mismo por no haber podido prolongar el momento…

Con sumo cuidado, para evitarte un momento apurado, lentamente te tapé dejando la sábana en la mitad de tu espalda, y posando mi mano en tu cadera, justo en el inicio de las nalgas que acababan de llevarme al orgasmo, te zarandeé suavemente varias veces pronunciando suavemente tu nombre. Te giraste hacia mí con los ojos aún cerrados y, al levantar el brazo para frotártelos, me regalaste otro momento que quedó grabado a fuego en mi mente. Tu movimiento hizo que, tu perfecto pecho derecho, quedara al descubierto, balanceándose suavemente ante mis ojos…


Antes de que abrieras definitivamente los ojos y te dieras cuenta, tanto de que tu pecho estuviera descubierto, como de que mi bóxer se encontrara enormemente abultado y manchado… me giré y abandoné la habitación, maldiciéndome por haber dejado mi móvil en mi mesita… 



lunes, 2 de mayo de 2016

Tu vestido

Mirar bajo tu vestido
La piel que asoma,
Diluye mi sentido
Absorber tu aroma.

La prenda es escasa,
Abundante el deseo
Tú adivinas lo que pasa
Yo intuyo más que veo.

Tu apuesta, la insinuación
Mi juego, la imaginación
Tu movimiento de inclinación
Confirma mi intuición

Tus muslos interminables
Tus nalgas incontestables
Tu deseo exhibirte
Mi deseo contemplarte

La prenda es escasa
Ahora sabes lo que pasa
Mirar bajo tu vestido

Mi deseo prohibido


jueves, 28 de abril de 2016

Capítulo 1. Introducción

“Terminó como tenía que terminar. Con tus manos apretando la sábana y yo clavado en ti.”

Quién sabe, quizás realmente termine así. Comenzó… hace muchos años, la primera vez que te vi.

Sin ser una mujer que llamara demasiado la atención por su belleza, si aprecié que eras de esas mujeres que desprendía erotismo en cada gesto. La picardía de tu mirada me desarmaba continuamente. 

El hecho de ser la hermana de, la por aquel entonces, mi novia, y verte casi a diario, no solo no me facilitaba obviarte, si no que precipitó mi deseo.

Un deseo, que fue creciendo alimentado por una actitud que, aún hoy me pregunto si era una actitud consciente, o si todo era producto de mi imaginación…

Debo reconocer, que me gustaba creer que tu actitud era voluntaria. Que cada vez, que alguna parte de tu cuerpo rozaba el mío, era buscado por ti. Buscado y disfrutado por ambos.

Me gustaba creer, que tu ocasional escasez de ropa, representaba un intento de provocación, que tus descuidos mostrando más de lo aconsejable, sólo buscaban alimentar mi espíritu voyeur y mis miradas furtivas.

Comenzó aquella vez que, inclinándote frente a mí, me mostraste unas fotos de las dos cuando erais niñas. Aquella vez, creo que inconscientemente, terminaste por enseñarme algo más que las fotos. Tu inclinación, provocó que el pijama se ahuecara más de la cuenta y descubriera tu pecho derecho. Mientras señalabas las fotos, contándome la historia de cada una, mis ojos se perdían en el interior de la prenda, traicionera para ti, bendita para mí.

Durante varios minutos, analicé minuciosamente cada milímetro de aquel pecho perfecto, haciendo caso omiso a lo otro que me estabas mostrando, y mi admiración creció al mismo ritmo al que creció mi miembro dentro de mis pantalones…


Después, apareció el morbo…